Cine: El irlandés, transliteración dramática

Efímero es el rubor que provoca la primera maldad, después la indiferencia se hace cargo en nuestra vida hasta que el arrepentimiento nos alcanza en la soledad. Quizá este sea el leitmotiv de la más reciente película de Martin Scorsese, The Irishman (2019) basada en la novela I Heard You Paint Houses (2004) del exfiscal y escritor neoyorquino, Charles Brandt.

El veterano director da vida a la novela que recoge las confesiones de Frank Sheeran (1920-2003), un camionero que hace de bisagra entre la mafia italoamericana y el poderoso sindicato de transportistas de la época de Jimmy Hoffa (1913-1975).

El relato lo guía un senil Sheeran (Robert De Niro, ecuánime) en lo que parece una casa de reposo de ancianos. Nos ubica en el contexto de los Estados Unidos de las décadas 60 y 70; y relata los primeros encuentros que sostiene con el capo Russell Bufalino (Joe Pesci, insuperable) y otros lidercillos del hampa quienes lo reclutan como matón a sueldo.

Así es como conoce a Hoffa (Al Pacino, gesticulador) quien comenzaba a gozar de todas las mieles del sindicalismo norteamericano y de todos los riesgos de su mafiosa operación; los talentos de Sheeran serán contratados tras confirmar la famosa frase: “Escuché que pintas casas”. En realidad, esta es sólo una de un sinfín de expresiones propias del sutil sistema de lenguaje de la camorra que Scorsese nos ofrece como una Piedra de Rosetta.

Scorsese no desmenuza el gesto ni el lenguaje de la mafia, no lo traduce (quizá por aquello del traductor-traidor) pero sí nos lo presenta en signos que quizá reconozcamos: silencios, miradas, gesticulaciones, ubicaciones, diálogos aparentemente inútiles, etcétera. The Irishman es, en su base, un ejercicio de transliteración dramática de la jerga delincuencial de la costa este norteamericana.

Es decir: ¿Cuánta imaginación o códigos intermedios se requieren para comprender que al hablar de ‘pintar casas’, Hoffa estaría contratando a un asesino capaz de matar a alguien cuya sangre tiña las paredes de un inmueble? ¿Cuántos códigos caben en los dos segundos de mirada que Russell ofrece a Sheeran tras el desencuentro con Crazy Joe (imperdible escena)? ¿Cuánto metraje tenemos que asimilar para comprender las tensiones entre las escenas de los soldados fusilados ante las tumbas que ellos mismos abrieron y la vista de Sheeran a la funeraria?

Pero Scorsese no se limita al lenguaje de la mafia; abre espacio para que fluya un lenguaje que la cultura contemporánea parece no querer escuchar, un código casi acallado: la voz íntima y oculta del varón creyente arrepentido en el ocaso de su vida. Sheeran sabe lo que es y lo que ha sido, conoce muy bien el punto en que sintió ese ligero rubor ante el primer pecado y comprende cómo el resto de su vida fue conducido por el indiferente deber del subalterno.

El filme navega entre épocas para mostrar las lesiones que las experiencias han dejado sobre Sheeran, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la insoportable soledad de su senectud pasando por la cúspide del reconocimiento social o la miseria de sus relaciones familiares. Nuevamente, Scorsese no simplifica nada porque también se trata de su propia historia. Esto se hace evidente en una breve pero conmovedora escena que recuerda la esquina de Hester y Mulberry en Little Italy, de los años setenta. Una postal nocturna que seguramente Scorsese contempló muchas veces al llegar a ese rincón neoyorquino de pequeños y monótonos edificios naranjas cuyas icónicas escaleras de emergencia dan a la acera principal.

San Agustín aseguraba que Dios envió al mundo a un hijo suyo libre de pecado; pero nunca uno libre de sufrimiento. The Irishman es una confesión honesta de dicho sufrimiento, de Sheeran, sí; pero también de Scorsese, un esfuerzo de reconciliación con su propia historia, con sus propios errores. Allí están los signos de su lenguaje: la guerra, las armas, las calles, el silencio, las mujeres, la muerte… este filme clama por más que un confesor, extiende su relato en búsqueda de un traductor que escuche e intente comprender esa íntima voz antes de que se extinga.

@monroyfelipe

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