A nadie escapa que la empresa de entretenimiento Netflix ha modificado profunda y quizá irreversiblemente el panorama de consumo y comercialización de filmes, series y productos digitales audiovisuales. Pero es su propuesta conjunta de la serie ‘Black Mirror’ y su producto narrativo e interactivo ‘Bandersnatch’, lo que ha abierto un debate sobre las fronteras del consumo que social e individualmente hacemos de la cultura y el entretenimiento.
La traducción literal de Black Mirror (espejo negro) no alcanza a explicar la profundidad de la metáfora que los productores de la serie proponen: La pantalla de los dispositivos digitales audiovisuales personales es el oscuro espejo que traga nuestra persona, trastorna nuestras costumbres, principios y valores y esclaviza nuestros sentidos con experiencias que creemos únicas y liberadoras pero que representan un refinado cautiverio de la masa. Cada capítulo de Black Mirror es siempre la incómoda tragedia de la relación de la naturaleza humana con la tecnología y dispositivos de comunicación (reales o ficticios).
Por ello, para el primer producto interactivo conectado a este principio reflexivo, Black Mirror presentó el 28 de diciembre pasado ‘Bandersnatch’; un singular episodio en el que los espectadores construyen el drama mediante la elección. Las opciones van desde la aparente superficialidad hasta la angustiante irreversibilidad y todas, dentro de la experiencia, influyen de modo insospechable en la historia.
El término Bandersnatch es intraducible pero tiene origen en el alucinante poema ‘Jabberwocky’ de Lewis Carroll en su obra Alicia a través del espejo. Alicia encuentra el texto una vez que ha cruzado el espejo, se encuentra en el mundo reflejo de su realidad y el escrito sólo puede ser leído en el reflejo de donde ha surgido (¿o a donde se ha inmerso?). El poema dice que debe tener cuidado de “the frumious bandersnatch”.
‘Frumious’, se ha explicado, es neologismo de ‘furious’ (fiero) y ‘fuming’ (humeante); ‘bandersnatch’ es más críptico pero lingüistas como Gabriel López Giux afirman que proviene de ‘bander’ (bestia) y ‘snatch’ (atrapar). En concreto: el poema alerta, entre otras cosas, que Alicia deberá enfrentarse a una oscura bestia que no hace otra cosa que atrapar. Más tarde, Carroll reutiliza la figura en otro poema: “The hunting of the snark” y el Bandersnatch es esa creatura acosadora, veloz, agresiva e irracional que no se deja sobornar por las riquezas del banquero sino que, inmotivado, lo deja libre hasta que aquel pierde la cordura.
Las diferentes traducciones en español del ‘Bandersnatch’ de Carroll nos dan ligera idea de cómo nuestros hermanos de lengua han interpretado a este simbólico enemigo: “Negras mariposas”, “Valencida”, “Altanero halcón”, “Zumbabandanas”, “Zamarrajo”, “Tarascazo”, “Galimatazo”, “Agarraiteata”, “Baitezampa” y “Magnapresa”. En todo caso, ‘bandersnatch’ es un monstruo de cualidades invencibles. Esa es la magnapresa de Netflix y Black Mirror: Una bestia magnífica de la que es imposible zafarse.
Un dato curioso es que los teóricos de la complejidad de computación, Garey y Johnson, en su libro ‘Computación e Intratabilidad’ denominan “Problema del Bandersnatch” al conflicto de decisión entre la imposibilidad de construcción de un algoritmo eficiente y la imposibilidad de explicación de porqué no puede haber algoritmo suficientemente eficiente. Es decir, la bestia Bandersnatch de Black Mirror vive en una compleja zona gris de intratabilidad en las decisiones que los espectadores-usuarios van tomando en la historia.
Cada decisión del usuario-espectador en Black Mirror: Bandersnatch construye una historia alrededor del joven programador Stefan Butler quien desarrolla un ambicioso videojuego en los años ochenta. Sin embargo, la complejidad de los caminos en la historia no es en realidad la recompensa para el explorador; todo lo contrario, el problema es que no hay un algoritmo de decisiones que recompense en equidad a la glotonería del espectador-usuario sino sólo un doloroso y sutil veneno de insatisfacción.
En Black Mirror: Bandersnatch somos como Alicia, asechados por el abrumador monstruo de nuestras decisiones; suficientemente ingenuos e inconscientes como para arrojarnos en la negrura de nuestros dispositivos; solitarios y alegres calculadores del tedio a un paso siempre de la bestia Baitezampa; opulentos de bienes inservibles en un universo insondable.