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El temor de los días

flower_in_desertParece haber llegado el día que siempre temimos, aquel en el que no hay más autores en los diarios ni en las revistas. Nosotros, los que quedamos, apenas juntamos algunas frases para intercalar entre las imágenes, videos y metatextos que lanzan a las audiencias a un viaje al espacio exterior, sin arnés ni carta astronómica; mientras, en el siglo de enfrente, con frecuencia hallamos que las noticias parecen calcas de otras noticias y ni siquiera de noticias de otro día sino del mismo día: comienzan igual, continúan igual y llegan al mismo lugar, como si cualquier cosa fuera vivir.

Por alguna razón hoy siento falta de esos periodistas de larga prosa y creativa lírica que comenzaron a vivir como escritores, artífices de ficciones tan sublimes cuyos argumentos podrían salir sin problema en las ocho columnas del diario de mañana; también faltan esos otros peritos amantes de las letras que para sobrevivir y hacerse famosos no les quedó de otra que hacerle al picateclas informativo y dejaron, sutiles, fuentes fértiles donde mana el arte entre la miseria.

No sé bien qué sucede en estos aires que los maestros en el oficio se nos mueren como inalterable secuencia de fichas de dominó. No nos habíamos recuperado de José Emilio, ni de Fuentes; y por supuesto están aún las ausencias de Monsiváis, Montemayor y Granados Chapa. También tenemos que aguantarnos las partidas de Gabo, Mutis, Marré, José María Pérez-Gay y Carballo. Esta década nos está obligando a la triste costumbre de ir a funerales y a homenajes post-mortem; y es que, a veces, la muerte irrumpe con tanta cadencia seductora que se nos olvida cómo comportarnos ante un nacimiento o una boda. «Pobres, lo que les espera», he llegado a escuchar en alguno de estos últimos. Aunque tampoco es tan grave, decimos todo esto mientras intentamos colocarnos en la fila.

Javier Marías suele decir que el hombre contemporáneo recibe sin tregua la razón de su pesimismo: desastres incesantes, desgracias encadenadas, terror en sesión continua, y que por lo mismo se le puede disculpar cierta insensibilidad, el desánimo, la falta de entusiasmo. Basta mirar la edición de nuestro diario predilecto de hoy para asentir cómplices.

Hay tanto tedio en este periodismo que incluso hay ‘informativos’ que disfrazan al hecho, lo tuercen a propósito y a conciencia, y nos advierten que sus noticias son remedos de nuestra realidad; ‘parodias’, dicen, pero en el fondo son el fiel retrato de un alma llena de hastío. Hasta dónde habrá llegado el aburrimiento que la realidad ya no asombra, nos distraemos inventando el matiz de nuestro entorno solo para reírnos de nuestro chiste o para anestesiar nuestra conciencia.

La verdad, que suele mostrar su piel desnuda y brillante, en ocasiones es obvia pero hallarla jamás es simple y portarla es como llevar el agua en el cuenco de las manos.  Encontrar en ella alguna historia para contar y compartir es como buscar una aguja en un pajar; pero allí donde algunos usarían un imán, otros encenderían un cerillo.

¿Puede dejar de sorprenderse el oficio que busca sorpresas del mundo? Parecería un sinsentido pero frente a esto nos sentamos día a día; ya sea el televisor, la radio, el internet o un medio impreso: informaciones trasferibles, anónimas, autógenas e inconexas. La dificultad de encontrar al autor, al instigador de miradas y reflexiones, aquel a quien Segura Munguía llama “el que hace crecer, brotar o surgir algo; el que aumenta la confianza, el fiador, garante y responsable” es –casi siempre- una búsqueda sin caminos.

El periodista y escritor Vicente Leñero, maestro en el oficio para varias generaciones, recoge esta voz en La voz adolorida que hoy debe hacernos temer por estos días pero también debe llenarnos de esperanza: “¿De qué está enferma… quiero saber de qué está enferma mi pobre mamá, encerrada para siempre sin ver la luz del sol, sin ver los charcos de agua que se forman en el patio de la casa de San Ángel después que ha llovido muy fuerte; sin ver los mastuerzos del jardín… sin ver la reja, sin ver la calle a la que sale por donde está la reja, y los árboles que hay afuera, y el viejo empedrado de la calle, de ciudad empedrada toda, y donde uno que otro coche pasa de repente y se va dando tumbos…”. Los nuevos autores, los que recojan el gran legado de tantos hombres y mujeres de palabra, los que nos hagan superar el temor de los días, deben preguntarse de qué está enferma esta sociedad y, al preguntárselo, han de mirar con certeza, el hermoso horizonte que hoy nos estamos perdiendo.