Fértil envite regiomontano para la Iglesia de México

De manera silenciosa pero persistente, la Iglesia de Monterrey ha marcado la pauta del episcopado mexicano en las últimas dos décadas y, por tanto, del futuro de la Iglesia católica en México. La concesión del Papa de tres nuevos obispos auxiliares para la arquidiócesis regiomontana el pasado 17 de octubre confirma el poderoso galope que, desde el norte, comienza a definir el rumbo de los liderazgos católicos para la primera mitad del siglo XXI.

Los últimos tres arzobispos de Monterrey, los cardenales Adolfo Suárez Rivera y Francisco Robles Ortega y el arzobispo Rogelio Cabrera López, lograron potenciar el talento pastoral del clero local regiomontano y han colocado a diecisiete sacerdotes de la diócesis en el colegio episcopal mexicano, tres de aquellos en importantes sedes metropolitanas (León, Hermosillo y Yucatán).

Desde mediados de los noventa (tras recibir el birrete cardenalicio), el arzobispo Suárez Rivera promovió al episcopado a un puñado sacerdotes de Monterrey y, de manera especial, a uno de sus discípulos conocidos desde su paso por Tepic, el ahora cardenal Carlos Aguiar Retes. En la primera década del nuevo siglo, el cardenal Robles Ortega hizo lo propio con una nueva generación de obispos.

Y ahora, Cabrera López cuenta ya con siete obispos auxiliares en Monterrey, todos del clero local (incluso el obispo Garza Miranda quien, formado en la Orden de Frailes Menores, es originario de San Nicolás de los Garza) y ha cedido también como obispo auxiliar en la Ciudad de México a Héctor Pérez Villarreal, nacido, formado y ordenado en la sultana del norte.

A pesar de las grandes necesidades de la ciudad, es claro que la Arquidiócesis de Monterrey no requiere de tantos obispos auxiliares, así que es altamente probable que por lo menos dos o tres de los actuales apoyos de Cabrera López sean enviados a cubrir ya sea las vacantes diocesanas existentes en México (Huajuapan, San Andrés Tuxtla y Parral) o suceder a los obispos que ya han alcanzado la edad de jubilación o están por hacerlo.

Entre las más sonadas, por supuesto está Saltillo pues el obispo Raúl Vera López espera que el Papa le acepte su renuncia presentada en este 2020. Saltillo es diócesis sufragánea de Monterrey así que Cabrera puede tener una ascendencia importante para elegir de entre el episcopado mexicano a un cooperador más en la Provincia Eclesiástica. Este año también alcanzaron la edad de jubilación canónica los obispos Navarro Castellanos (Tuxpan) y Castillo Plascencia (Celaya).

Sin embargo, en el 2021 seis obispos y arzobispos cumplirán 75 años y, con la mirada puesta en el futuro, es claro que ya se analizan los perfiles de sus sucesores. Tres arzobispos: Carlos Cabrero (San Luis Potosí); Chavolla Ramos (Toluca) y Reyes Larios (Xalapa); y tres obispos residenciales: Rangel Mendoza (Chilpancingo-Chilapa), Guerrero Corona (Culiacán) y Vargas Peña (Xochimilco). En el caso de los arzobispos, es casi una regla que se promueva a algún obispo diocesano con algo más de una década de experiencia episcopal; en el caso del resto de las diócesis altamente estructuradas bastan un par de años de experiencia como obispo auxiliar, situación que cumplen varios actuales colaboradores del arzobispo Cabrera.

Mención aparte merece el obispo regiomontano Alfonso Miranda Guardiola en directa colaboración con Rogelio Cabrera en la Conferencia del Episcopado Mexicano. El obispo de 54 años ha demostrado temple en la siempre difícil posición de Secretario General del organismo; sus principales logros han estado en la concreción de acuerdos interinstitucionales entre la Iglesia mexicana con el mundo político, cultural y bancario; y hacia el interior, con el seguimiento del Proyecto Global de Pastoral 2031-2033 que busca un itinerario de trabajo común de los obispos mexicanos.

Un itinerario que se antoja largo pero que ha encontrado conmemoraciones relevantes justo por los 500 años de varios acontecimientos históricos que requieren reconocimiento, reconciliación y celebración donde la Iglesia católica mexicana es un protagonista de primer orden: La primera Eucaristía en México; la caída de Tenochtitlán; la instauración de la Nueva España; la llegada de las primeras órdenes misioneras; los primeros obispos preconizados y territorios diocesanos; los primeros templos y monasterios; las primeras escuelas de castellano y evangelización; y, por supuesto, el punto de inflexión de la cultura indígena y peninsular en el naciente pueblo mexicano representado en el Acontecimiento Guadalupano, las apariciones de la Virgen María al indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin.

Los pastores venidos del norte cargan desde ya sobre sus hombros esa responsabilidad de salvaguardar la memoria, la tradición y la unidad del pueblo mexicano; de encontrar y reconocer la evidente riqueza en su diversidad y pluralidad, pero también para reforzar el poderoso sentido de identidad entre las diferentes regiones del país para -especialmente ahora- volver a desterrar los viejos fantasmas de superioridad y división de la otrora República del Río Grande o el muy actual #Nortexit.

@monroyfelipe

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