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Poder femenino: las candidatas

La culminación de los procesos selectivos de las dos principales fuerzas políticas de México ha determinado que serán mujeres las que liderarán la contienda presidencial a partir de este momento. Tanto Xóchitl Gálvez como Claudia Sheinbaum han recibido el respaldo de las organizaciones partidistas que, en principio, las empujarán a lo largo de la campaña con la intención de ganar el voto del pueblo ciudadano. 

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Mujeres: ‘Que el Estado no claudique’

Cansadas de la falsa polarización ideológica que parece exigir a las mujeres a renunciar a la posibilidad de que los derechos de las mujeres converjan con los de los menores por nacer, un conjunto de colectivos que agrupa a mujeres que auxilian a la sociedad civil en circunstancias de adversidad y penuria han lanzado una convocatoria a marchar por los derechos de las mujeres y de la vida por nacer el próximo 3 de octubre en varias plazas de la República mexicana. La petición es que el Estado ‘no claudique’ en la responsabilidad de auxiliar lo mismo a la mujer, a las embarazadas y a la vida por nacer.

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La Iglesia mexicana y los riesgos del radicalismo

Pensemos en dos acontecimientos globales de interés social sumamente actuales con los que la Iglesia mexicana busca comprenderse y lidiar con sus diferentes feligresías: las manifestaciones de mujeres y el coronavirus COVID-19. No son comparables como fenómenos, pero sí han causado algunas reacciones paralelas entre una cada vez más polarizada comunidad católica: el descrédito, la sospecha, la insidia, la desconfianza y la desobediencia.

En el primer caso, siempre fue claro que la convocatoria de mujeres nació en sectores sociales de intereses ideológicos muy distintos a los de la grey católica y que entre el cúmulo de demandas destacaba una plenamente incompatible con principios de dignidad humana; sin embargo, la realidad compartida por las mujeres es innegable. No sólo por los feminicidios como caso extremo de la violencia sino por múltiples y muy diversas acciones y actitudes misóginas invisibilizadas o minimizadas en diferentes órdenes, instituciones y convivencias normadas en la sociedad. Y sí, también dentro de la Iglesia católica es preciso que sus miembros se desprendan de muchas de esas actitudes ciertamente heredadas, pero no inamovibles.

En el caso de la pandemia viral, todo parece indicar que las llamadas a la prudencia, a la prevención y a la planificación de amplias medidas sanitarias ante la rápida propagación del virus son la mejor vía para evitar sufrimiento de grandes poblaciones; no sólo para reducir la transmisión, sino que, a pesar de ella, los sistemas de salud no se desborden ante una alta demanda de servicios médicos y de hospitalización. Todas las instituciones con autoridad cívica y moral tienen una inmensa responsabilidad en atender este fenómeno; y sí, la Iglesia católica además de sumarse a las medidas de prevención tiene para ofrecer perspectivas de caridad que pueden dar mucha luz y esperanza en medio de una emergencia sanitaria de esta índole.

Y, sin embargo, por alguna razón ha sido notorio cómo algunos guetos católicos que, en un incomprensible aislamiento voluntario, desprecian el arduo trabajo de diálogo multidisciplinar en el que la Iglesia católica -en México y en varias regiones del mundo- se ha esforzado los últimos años. Fieles, sacerdotes, obispos y hasta cardenales han preferido permanecer ‘seguros’ en los marcos de sus certezas, sus prejuicios y sus viejos lenguajes, al grado de desacreditar a sus hermanos y de sospechar de aquellos o de sus juicios; siembran -quizá sin querer- la insidia y la trasgresión; y en esa actitud, por desgracia, se vuelve más propicio el terreno para un verdadero desastre.

En contraste, las orientaciones pastorales del papa Francisco para la Iglesia del siglo XXI han sido muy claras: salir a las periferias materiales y existenciales para llevar misericordia y ternura, arriesgarse y accidentarse en la realidad antes de encerrarse y enfermar en las ideas, favorecer la unidad en lugar de abonar al conflicto, confiar en que el tiempo en la esperanza es superior al espacio de nuestras penurias y que el todo en clave universal también es superior a la parte de nuestras afiliaciones. Se trata de vías de operación de lo que sus predecesores llamaron “nueva evangelización” en la que pedían fuera ‘nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión’.

Muchos de los obispos de México, conociendo el contexto y los riesgos, compartieron sus reflexiones y hasta su solidaridad ante la validez en las manifestaciones de mujeres el 8 y 9 de marzo, así como sus preocupaciones porque aquellas fueran instrumentalizadas ideológica o políticamente; y respecto al COVID-19, sin pánico pero con alta responsabilidad, prácticamente no hay diócesis en el país que desoiga las recomendaciones de prevención sanitaria para que las congregaciones de fieles no se tornen en focos de alta transmisión de la enfermedad.

Los grupos católicos radicalizados, por el contrario, han acusado a sus propios correligionarios (y hasta a sus pastores) de falta de fe, de cobardía, ignorancia o de complicidad con los poderes mundanos. Desoyen sus consejos, se rebelan ante las disposiciones y se abrogan el derecho absoluto de comprender la escatología verdadera. Sus voceros suelen preferir discursos martiriales o apocalípticos, se jactan de su propia infalibilidad; apelan a historias de la antigua cristiandad fuera de todo contexto y emulan a denudados santones negacionistas.

Hay que decirlo con todas sus letras: A pesar de todas las ventajas y herramientas actuales, estos grupos prefieren permanecer en la oscuridad, voluntariamente cierran los ojos para evitar el diálogo o el contraste de informaciones, y así ceden más fácil a la desinformación y a la manipulación. Lo triste es que, con esos personajes, hay peligros reales que se asoman porque el odio y la desconfianza son hijos de la ceguera. Y, por desgracia, esta condición de ceguera voluntaria parece ser más contagiosa que el coronavirus y más inflamable que la indignación social de las mujeres.

¿Qué le toca hacer a todo el cuerpo eclesial para atender a estos guetos? Aplicar la ruta que propone la nueva evangelización: renovar su ardor, sus métodos y sus expresiones para dar acompañamiento pastoral a toda esta grey que se ha acostumbrado a negar la evidencia, para abrazarla y rescatarla de sus miedos y sus heridas, para mostrarles cómo son posibles rutas de acción no beligerantes frente a los desafíos contemporáneos, cómo es posible una actitud de caridad y misericordia sin faltar a la verdad, cómo es posible una Iglesia inserta en los márgenes más complejos del siglo dispuesta a construir y no sólo a defender sus fueros.

@monroyfelipe

Indignación; entre el fuego y la furia

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En realidad, todo movimiento social legítimo tiende a incomodar profundamente. Su propósito es subvertir. Es por ello que frente a una lucha social no es sencillo quedarse al margen, se elige una posición en la que incluso la indiferencia abona a la conservación de las cosas y no a su transformación.

Pongamos el caso de las recientes manifestaciones que convocaron a cientos de personas a mostrar la indignación que provocan los miles de casos de mujeres violentadas, ultrajadas, desaparecidas y asesinadas en México. Basta mirar las estadísticas, escuchar las historias o tomar la temperatura real de esta sociedad que se ha vuelto inmensamente agresiva especialmente contra el sexo femenino para posicionarnos abierta e incondicionalmente en contra la violencia hacia las mujeres. Sólo un misántropo o inútil zafio podría minimizar el problema.

Y, sin embargo, tras los vergonzosos acontecimientos de la semana pasada durante las mal llamadas ‘manifestaciones feministas’, ha quedado claro que gran parte de la sociedad no puede simpatizar con el desastre que se exhibió como naturaleza del movimiento. Olvidemos los necios debates entre resguardar el valor de los inmuebles públicos o proteger el valor de la vida humana porque la vida humana y su dignidad siempre tendrán primacía; olvidemos también la endeblez de las consignas de política barata que pretenden exculpar los errores de cada posición porque si hubo ausentes en aquellos terribles acontecimientos fueron precisamente la autoridad y el movimiento feminista.

Resulta crudo decirlo, pero los hombres y mujeres que se montaron en los disturbios del lunes y viernes pasados son los agentes sociales más vulnerables ante la manipulación de sus conciencias. No son libres, ni buscan serlo. Se han dejado someter por las radicalidades discursivas promovidas por otros intereses, otros grupos u otros agentes a veces patrocinados y operados en las sombras.

Insisto en lo dicho en el primer párrafo: toda causa social legítima tiende a incomodar profundamente, incluso -o quizá en primer lugar- a los propios agentes de dicho movimiento.  La indignación que detona un movimiento que busca recobrar la dignidad humana ante la opresión o la brutalidad orienta los actos humanos hacia el bien y la justicia; y, aunque en el fondo, nunca se alcance la perfecta claridad de las acciones subversivas, la honesta adhesión a una causa requiere una sana dosis de reflexión.

Las personas que realizaron, aplaudieron, justificaron o minimizaron los terribles actos de la tarde del viernes 16 de agosto para permanecer dentro las fronteras de sus certezas realmente han dimitido del uso del pensamiento al consagrar cualquier tipo de comportamiento como válido en una lucha que no les pertenece. Porque la furia sólo pertenece a la locura, el arrebato demente y al extravío violento.

En política se suele preguntar “¿A quién le conviene esto?” cuando se desconocen los percutores de los desastres. Porque ha quedado claro que las mujeres y la autoridad fueron eliminadas de toda la narrativa del caos.

Quizá valga la pena seguir las pistas sobre esos agentes que convirtieron el legítimo fuego de la indignación en el bestial camino de la autodestrucción. No es difícil reconocerlos: Repiten irreflexivamente consignas vacías y tienden a uniformar a sus esbirros. Los describe Tzvetan Todorov: “Imponen su vocabulario guerrero a situaciones de paz y no admiten matices, todo aquel que piense de manera diferente es considerado un adversario, y todo adversario, enemigo, al que es legítimo, incluso loable, exterminar como gusano”.

¿A quién le conviene esto?

@monroyfelipe